7.3.06

Vuelve el perro arrepentido

Diferentes motivos mantuvieron a este cronista irregular en el desierto de las ocurrencias más o menos felices. Ajeno al destino de las musas, desandó otro camino en busca de experiencias. Sin embargo, breves paseos por lugares inhóspitos y no tanto, le sugieren nuevas inquisiciones y remembranzas que aún no puede distribuir entre lo que es bueno y lo que es malo.

Lunes 6 de Marzo. En Los Cachorros, Avda. Díaz Velez 5011. Se me terminó Noticias Del Paraíso de Lodge así que voy a mi librería preferida, que no es Ghandi ni Un Gallo Para Esculapio. Mi abastecedor de libros leídos (y a veces subrayados con resaltador Sakura) es Los Cachorros, con sucursal costera en San Clemente, hogar de sorpresas inaúditas. Arriba de una columna encuentro, como para llevar, La Conjura De Los Necios de John Kennedy Toole (Ed. Anagrama) y claro, me lo quedo por trece mangos, una ganga para este jóven clásico de las novelas contemporáneas, lo que sería El Cazador Oculto para nuestra generación. Sigo revolviendo en el sector Literatura Universal y encuentro Los Demonios De Loudon de Aldous Huxley, una novela protagonizada por el cardenal Richelieu, dispuesto a corromper unas monjas; un argumento que, supongo, no debe fallar; a este libro llego por la película Los Demonios del desaforado de Ken Russell, que mi padre insiste en que baje con el emule. De momento lo llevo. Más adelante, Evelyn Waugh (que era hombre, coterráneo de Steve MacEnroe y escritor satírico) se aparece con una novela de la que no recuerdo el nombre pero cuya trama se centraba en, si no me equivoco, la alta alcurnia londinense. De momento también lo llevo. Paso a lo latinoamericano, en el que separo mucho de Hugo Wast, mucho de Cortazar y nada de Saer -un día encontré El Limonero Real, aún soy feliz por eso-; entre, créase o no, libros de Lanata -¡fiction!- y de Rolando Hanglin -¡non fiction!-, se me escurre de las manos un volúmen editado por Beatriz Viterbo (la editorial rosarina de algunos de los miles de libros de Aira) sobre el Ensayo Argentino. Ya no recuerdo el nombre. Lo desestimo rápidamente por el precio -diéciseis-: algo elevado. Casi por el final del recorrido, veo a diez mangos la biografía -autorizada no por él, o si, pero a esta altura...- de Manuel Puig. Tenía ganas de leer algo de Puig, sobre todo La Traición de Rita Hayworth. Aspiro a que me cuente como era ser señorita (o gay entrelineas) de provincias en esa patria peronista y mitológica. Por arriba, leo muchas referencias al período dorado de Hollywood, bastante pedagógicas por otro lado, que estudiaré con más profundidad. El libro se llama Manuel Puig y La Mujer Araña, lo escribió Suzanne Jill-Levine y lo editó Seix Barral. Casi sin mácula, lo cargo por diez pesos y dejo a Huxley y a Waugh para otra ocasión.

Domingo 5 de Marzo. Después de perderse al no encontrar Plaza Serrano, C1 y C2 llegan caminando -si, leyó bien- hasta Plaza Francia, deteniéndose en boxes a cargar combustible gaseoso. A C1 lo invaden ritmo y remembranza de un Parque Centenario al que iba ¿con asiduidad? donde jugaba a la pelota con padre y hermano, revisaba las revistas viejas de El Tony y sufría en el pecho el estertor de un tambor uruguayo; recuerda asimismo el "lago" eternamente seco y sucio, el barro después de una semana lluviosa y el jogging azul con parche en las rodillas. No hay un recuerdo fiel de los artesanos; ese, en fin, era un recorrido que supone, disfrutaba más su madre. El, mientras tanto, pensaba en los goles que ya iban a venir de Ricardo Gareca. El deja vu de Plaza Francia, lo incita a la diatriba contra los artesanos (antes, había odiado a automovilistas, peatones y perros; asegura C2, con la serenidad de quién carga su pipa, que C1 odia casi todo; pero C2 no es creíble, dice C1). "Cada 5 puestos", insiste C1 "se repite el primero de la serie de cinco que inicia una nueva serie idéntica a la que antecede y a la que viene después". Mientras tanto, C2 piensa en otra cosa (C1 cree que es comida). "La cosa quedaría más o menos así", dice C1 con afán enciclopédico:
1) Un artesano del vidrio (de color)
2) Uno que vende bijouterie (ya no artesano, sino joyero)
3) Uno de cosas hippies, que va desde la agenda (uf!, sin días, pero con extractos de Galeano, jota jota, no la otra que uds. conocen) a la remera bathik.
4) Uno que fabrica algo derivado del cuero, que pueden ser cintos.
5) Alguna boludez aleatoria: remeras pintadas, pastafrolas, muñecos de gomaespuma.
6) Idem número uno -y así siguiendo-.
No obstante, C2 le recuerda a C1, el onomástico de su madre (de la madre de C1 estamos hablando, que fuera mencionada anteriormente) y de la necesidad de demostrarle su cariño con un regalo. C1 no comprende y desestima el comentario. C2 le hace entender que es importante. C1 duda, pero entiende que C2 por el hecho de pertenecer al mismo aquelarre, puede llegar a tener algo de razón. Un artefacto de cerámica con forma de gota llama la atención de ambas Ces. Consideran que es el regalo perfecto, ¡C1 y C2, por fin, coinciden en algo!. C1 paga, pero el regalo es envuelto en papel de diario, como una docena de huevos. C1 necesita una bolsa. C2, asegura conocer un lugar donde las venden. C1: incrédulidad, son las nueve y es domingo. C1 y C2 van allí donde venden "bolsas". El tamaño mediano es chico y el grande es grande les advierte el vendedor. Decepción. El tamaño de la bolsa importa. C1 compra la bolsa grande que, efectivamente, es grande pero es una bolsa. C1 está feliz. C2 está feliz después de cenar. La madre de C1, está feliz, al otro día cuando descubre el regalo. C1 piensa en la moraleja de la publicidad, aquella de la tarjeta de crédito y del "no tiene precio". C1, cree que este gesto inusual le permitirá realizar sus brabuconadas habituales que, a diferencia del pasado, serán recibidas con estudiada condescendencia. C1, piensa el que escribe, es demasiado ingenuo.
|