23.2.06

(Sin) Satisfaction

Empieza siendo una crónica, luego un ejercicio pobre de sociologia, posteriormente se desprende la idea de que nuestros padres no son cool y por último se ataca a lo que entendemos, es el rock en la actualidad, como para no andar desvariando, vea.


Madrugada del Miércoles. Buenos Aires se consumía en las brasas infernales de Febrero. Nosotros, emprendíamos la vuelta a casa. La empresa, ardua, nos encontraba en Cabildo. Cuando la calle se llena de gente un martes a la noche uno empieza a sospechar. No había que ser Sherlock Holmes para develar el intringulis: rollingas, que como nosotros, regresaban al pago. Vemos pasar, en manifestación silenciosa, a miles de ellos. Nos disfrazamos de Bourdieu y elaboramos una pequeña tesis sociológica al paso. Al paso también son los panchos que vende el maxikiosco donde esperamos la llegada del escurridizo 114.

La peregrinación frente a nosotros revela la primera premisa: El público de los Stones ha cambiado. Llama la atención lo rubios que son estos rollingas extracción cero seis. ¿Y los morochos? Hay dos opciones: O no pudieron costear el excesivo precio de la entrada (más de cien pesos) o ya no son rollingas. Entendemos que hay una mezcla de los dos. Consideración al márgen: a riesgo de ser menemistas, estamos en condiciones de asegurar de que con Carlo, a los Rollin' los iban a ver (¿hasta?¿también?) los lúmpenes. Pero, tal vez, los lúmpenes que fabricamos desde el '98 parecen no interesarse en el rock mainstream, demasiado alejado de todo. Segunda hipótesis: Ser un rollinga estético. Quiénes criticabamos estas tribus urbanas por ser un gesto posmoderno, un producto de la repolitización cultural aberrante, hoy nos vemos sorprendidos al nivel de tener que llegar a decir que "rollingas eran los de antes". El Ser rollinga se amplió y en consecuencia se desdibujaron sus bordes: p.e. en el abanico musical entran sin hacer mucho ruido La Mona Jiménez, Falta y Resto y quizás los Rolling Stones (antes conocían la existencia de Flashpoint, cosa que dudo de los actuales). Entonces, decimos, muchos adolescentes pueden ser rollingas y si muchos y muy mal pueden serlo quiénes necesitan una distinción ya ni piensan ser rollingas, porque rollinga es la pendeja con flequillo que hasta hace diez minutos miraba Floricienta, porque rollinga puede ser el profesor de gimnasia y fundamentalmente, porque rollinga, ¡diablos! puede llegar a ser su papá o su mamá, si su suerte es pésima. Compartir a los Stones con papá, ese ser oscuro, pelado y con camisa rosa manga corta de Chemea no es cool, porque papá, por definición, no es cool: no duerme en el Four Seasons, no lo corren jovénes con el hímen intacto, no lo homenajean con mollejas, ni le ofrecen las ubres de Flavia Palmiero y no viaja en el helicóptero anfibio de Hadad. Papá no es un Rolling Stone aunque tenga la misma edad y diga "estos son de mi época" (falso, él iba a escuchar a los Wawancó en los carnavales del club Comunicaciones, que no se diga). Esto no es rock. Hoy, ser rollinga, no es rock.

El rock, en la Argentina, es lo más parecido a un jardín de infantes. Dictado por una maestra vieja pero progre: consignas políticamente correctas, ecológicas (¡porque el porro es pro el paco no!), anti-papeleras, para un público mocoso que no se hace ninguna pregunta; al que reconforta ponerse el guardapolvito -con corbatita- azul con cuadraditos para ser igual que los otros nenes: como Nahuel, como Ian, como Tiago, como Santino y el hijo de los Carámbula. En el jardín, se lee la Genios (la billiken la leia papá) y ahí los chicos aprenden a agradecerle a los próceres por el rock que tenemos, que es pobre pero honrado como el diario de Pelotillehue; y los nenes repiten: el rock argentino es escuchado en toda Latinoamerica. Y después, cuando pueden distinguir los colores primarios de los que no lo son, los cuadrados de los circulos y los triángulos, ahí mismo, les enseñan la Historia de nuestros grandes héroes, los que tienen grandes batallas ganadas allá lejos y hace tiempo. En el jardín conocemos a Luis Alberto Sarmiento, a Charly San Martín, al Indio Belgrano... nuestros héroes se leyeron a si mismos ésta Historia durante los últimos treinta años, ególatras como son, no cambiaron su discurso, musicalmente insignificante, perecedero. Mientras tomamos la leche chocolatada, la maestra nos enseña que meterse con los próceres es ser realista, español digo, o Beresford. No es de Argentino.

Queremos admirar a gente que tenga nuestra edad o un poco menos. ¿Cómo seguir a un cincuentón que sale en la Paparazzi con una modelo haciendo yoga? A nosotros nos falta una guerra del cerdo, creo, en mis dias más pendencieros. El problema es que no haya jóvenes para reemplazarlos.
|